Diario de a bordo del aeronauta Giannozzo by Jean Paul

Diario de a bordo del aeronauta Giannozzo by Jean Paul

autor:Jean Paul [Paul, Jean]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Sátira
editor: ePubLibre
publicado: 1800-12-31T16:00:00+00:00


Séptimo viaje

en el campo(santo) del honor — el mar blanco — el paraíso anónimo — amistades románticas — travesía del globo a través de los soles

Entre el cielo y la tierra me encontré más solo que nunca. En esta radical soledad, como si fuera el último ser humano vivo sobre la faz de la tierra, sobrevolé el vasto cementerio de los pueblos, el camposanto donde nos echamos a dormir esperando ser solo cadáveres aparentes. Las grandes nubes que se perseguían unas a otras a mis pies eran el frío aliento de un espíritu maligno que yacía oculto en las tinieblas. Un odio febril contra toda existencia llegó arrastrándose hasta mí. Sentí un estremecimiento, un escalofrío y dije de nuevo: «Efectivamente, soy un espíritu maligno». Entonces, una segunda tempestad me arrancó de las manos de la primera y me llevó lejos de allí a una comarca desconocida, territorios que pasaban fugitivos a medida que yo los sobrevolaba.

De repente me encontré planeando sobre una agradable llanura cubierta de frondosos árboles dispersos por un paisaje ocupado por unos simios bastante curiosos, aunque poco vivaces, que en ese momento debían de haberse tendido en el suelo para echar una cabezada como hacen los habitantes de los países cálidos cuando llega la hora de la siesta. Su ropa se amontonaba junto a un fuego. Entonces vi a un hombre despojando a un cadáver que sostenía en sus brazos. ¡Oh, por todos los infiernos, era nuestra tierra, era un campo de batalla en el que los cadáveres no habían recibido sepultura! Empecé a lanzar piedras contra aquel monstruo, mientras le reprendía a gritos: «¡Satanás! ¡Lucifer!». Una corriente de aire me llevó a lo más alto y frío del cielo… Aquel orco donde se amontonaban miles y miles de muertos quedó atrás, mientras unos florecientes viñedos volaban a mi encuentro.

La atrocidad que había visto en tierra estuvo a punto de pararme el corazón, el músculo se resistía a seguir latiendo en mi pecho como si una fiebre ponzoñosa se hubiera apoderado de él. Me sentía agotado y decidí descender en busca de calor. La rabia y la falta de sueño habían acabado con las escasas energías que aún me quedaban. Dejé que mis ojos vacíos buscaran cobijo bajo los párpados.

Si la vida es sueño, ¡qué sueño más extraño y sublime el que tuve entonces! En él se oía una voz que iba diciendo: «De la ciudad de Dios, como de Pompeya, ¡no se ha descubierto más que una sola calle!». Luego se repetían palabras sin sentido: Pompeya… Hesperia… cálidos bosques llenos de flores… sí, cálidos bosques llenos de flores… oscuras olas de placer que bañan mi cuerpo.

Me despertó un brillante resplandor. «¿Dónde me encuentro?», dije. Impulsado por una tibia brisa iba deslizándome sobre un mar de plata imposible de abarcar con la mirada, hecho de estrellas convertidas en suave espuma que salpicaba a mi paso… Un mar blando y tierno como la niebla, como la nieve o como una mezcla de ambas. Era un vapor luminoso que envolvía mi nave.



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